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Carlos Arniches (Alicante, 1866, Madrid, 1944) fue uno de los autores de mayor éxito durante las tres primeras décadas del siglo XX. En su introducción biográfica y crítica, Ríos Carratalá hace un certero balance: «Las cifras que prueban su éxito son espectaculares. Todas sus obras se estrenaron, muchas de ellas se incorporaron a los repertorios de las compañías más destacadas, llegó a tener hasta diecisiete títulos simultáneamente en la cartelera madrileña, sus textos fueron reeditados en numerosas ocasiones y hemos localizado más de sesenta películas basadas en sus obras». Desde su primer estreno, en 1888, hasta el inicio de la Guerra Civil no hubo año que no estrenara, salvo en 1932. Aún después de muerto, volvió a estrenar –el año de 1943, después de cincuenta y cinco años de presencia constante en los escenarios- la última obra a la que puso punto final a la vez que a su propia vida.
Su producción la cuantifica Sotomayor Sáez (1994) en 186 obras de autoría probada, más otras 26 atribuidas. “Su éxito –seguimos citando a la autora- radica, entre otras cosas, en un absoluto dominio del lenguaje, que hace eficaces y originales sus creaciones cómicas, y en una notable habilidad para manejar los resortes de la composición escénica; es un maestro de la carpintería teatral, como resalta una y otra vez la crítica, y domina como pocos el movimiento de personajes, la construcción de escenas y los hilos de la trama” (366). Títulos como La señorita de Trevélez, La venganza de la Petra, o Es mi hombre no han dejado de representarse en los escenarios españoles desde el día de su estreno. Para la historia del sainete, del teatro popular y de la zarzuela, el nombre de Arniches representa el pilar fundamental, el que otorga dignidad a dichos géneros y obliga a su consideración en la tradición dramática.